Javito

 

Liliana Berraz

Señores directores: otro crimen se cometió en inmediaciones de la esquina que forman las calles Lavalle y Larrea.

Aproximadamente a las 2.30 de un viernes los vecinos escucharon detonaciones de armas de fuego y al salir a la calle se encontraron con un joven de apenas 18 años, quien presentaba un disparo en el pecho y otro en la espalda.

Se trataba de Javier Barrera. Fue llevado al hospital Cullen. Los profesionales del centro de salud trabajaron arduamente, pero el muchacho falleció cerca de las 4. Por el momento, son muy pocos los indicios sobre lo ocurrido.

Lo conocíamos como Javito desde que era un chiquito, junto a sus cinco hermanos, viviendo a la vera del camino hacia Chaco Chico bajo cuatro chapas. Cuando subía al terraplén, cuando llovía y se inundaban, con su madre sufrida... ojos negros de golpizas.

Empezaron a ir a la escuela del Chaquito... salteado claro, por las circunstancias y las distancias. Un día nos enteramos que a su padre lo habían matado el alcohol y una pelea por una moneda. Se mudaron al barrio Chaqueño, ahora pegado a las vías de tren, un nuevo hombre en la casa y dos hijitas más. Son 7 ahora. La llegada a la escuela cada vez más salteada. Les conseguimos bicicletas, pero el entusiasmo duró dos días, inscripciones en escuelas más cercanas... siempre a un segundo grado. Un mes y abandono. Los chicos fueron creciendo y el pegamento los envolvió. Cuántas veces los veíamos tan cerca del tren en un estado semi-inconciente. ¿Nadie puede controlar la venta del pegamento? Es que poco importa que se quemen un poco más los pobres.

Cierto verano, una de las hermanitas, siendo bebé, sufrió quemaduras de tercer grado por haber quedado bajo las chapas del rancho en esos días que la temperatura ronda los 45 y la sensación supera cualquier marca. La recuerdo a Mabel, su madre, desesperada, llorando con su hijita rojísima. Terminó internada. Javito una vez, con 9 años, se subió a la parte trasera de un camión, se soltó, golpeó su cabeza en el asfalto y fue a terapia intensiva, “se salvó entre los indios” dijeron los médicos.

Cuántas veces los buscamos para que vengan a los talleres de las Manzanas y aunque con poca escuela, demostraban inteligencia y ganas. La huerta los vio pasar, el taller de periodismo, el fútbol. Pero volvían a desaparecer y en cada reencuentro el afecto, el reconocimiento, los recuerdos, pero mostrándonos descarnadamente su caminar, bordeando el filo de la muerte. La madre desesperada hizo las gestiones para que “alguien” se haga cargo, no podía controlar a sus hijos. El Juzgado de menores en sus mil caminos burocráticos, sin salidas adecuadas a esta realidad, trámites, camionetas del juzgado que los buscan, huídas, desesperación. La madre que se encuentra en esa triste situación de “entregadora”. Falla todo, ella es citada, se compromete a mandarlos a la escuela, a cuidarlos, sabiendo que ya no puede. Cada tanto citaciones, algún control esporádico. No hay alternativas. Pasan los años, Javito cae preso varias veces, cada vez por cosas más pesadas. Hace un tratamiento dentro de la cárcel por las adicciones, sale. Recae, por supuesto. Nada cambió en su barrio ni nadie le propone algo diferente. En el Juzgado fue un número de expediente. Hace unos meses se volvió a salvar, un tiro el el abdomen. Los chicos del barrio nos contaron que había muerto, tal era el estado en que lo llevaron, zafó otra vez... Pero en esta Navidad, murió.